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La importación de la actividad física en la prevención y el tratamiento de la obesidad y sobrepeso en adultos.

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¿Quién no ha oído hablar en múltiples ocasiones sobre diferentes métodos para

adelgazar, perder peso rápido y alcanzar en poco tiempo el peso ideal? En

realidad, no existen fórmulas mágicas, encontrando entre los mejores trucos

para adelgazar la combinación de una alimentación equilibrada y

un estilo de vida activo.

La prevalencia de la obesidad y sobrepeso en la sociedad actual revela datos

alarmantes que no pueden ser ignorados debido al riesgo que conllevan para la

salud. Este hecho se debe fundamentalmente a una cuestión de hábitos, que

engloba tanto una alimentación  inadecuada como una disminución de la actividad

física diaria, gobernada por el sedentarismo.

En primer lugar, resulta imprescindible aclarar la terminología para poder

emprender el camino adecuado que nos permita hacer frente a este problema.

¿Qué es el sobrepeso? ¿Y la obesidad? ¿Cómo puedo saber si sufro alguno de

ellos?

El sobrepeso, se trata de un exceso de peso corporal, que no siempre está

relacionado con un exceso de grasa. Es importante detenernos en este

punto y aclarar que este incremento de peso corporal puede deberse a la

masa libre de grasa. Por ejemplo, en sujetos que realizan actividad física

regular resulta imprescindible conocer su porcentaje de masa muscular, por

lo que no se puede pasar por alto la composición corporal, utilizando para

su cálculo indicadores fiables.

Por otro lado, la obesidad es una enfermedad crónica multifactorial

caracterizada por la presencia de un elevado porcentaje de grasa corporal,

que trae consigo un incremento sustancial del riesgo de padecer

enfermedades cardiovasculares y metabólicas relacionadas con las dietas

poco saludables y la inactividad física, tales como la diabetes mellitus tipo

2, la hipertensión arterial (HTA), las dislipidemias, etc.; que limitan la

calidad de vida y conllevan un peligro importante para la salud

Existen diversos indicadores que nos permiten averiguar la presencia o no de

problemas de obesidad y sobrepeso. El índice de masa corporal (IMC) es el

que se utiliza con mayor asiduidad. Éste se calcula mediante el peso en

kilogramos por la altura al cuadrado (kg/m2), comparando el valor resultante

con otros de referencia. A pesar de poseer una buena correlación con la masa

grasa total en la mayoría de las personas, el IMC no es un excelente indicador

para determinadas poblaciones, como pueden ser los deportistas, por el

desconocimiento del porcentaje de masa libre de grasa, tal y como comentábamos

anteriormente. Otras opciones de cálculo son la composición corporal, que permite

averiguar el peso graso, muscular, óseo y residual de manera fraccionada; y

el índice cintura – cadera, muy importante para conocer la distribución de la

grasa y la posible presencia de obesidad abdominal, muy relacionada con el

incremento de factores de riesgo y sus consecuentes complicaciones para la

salud.

Tras conocer un poco más acerca de la obesidad y sobrepeso, es habitual que

nos planteemos por qué engordamos y qué es lo que debemos hacer para perder

peso. En relación a ello, es importante saber que la ganancia de peso viene

determinada por el balance energético. Cuando ingerimos más energía de la que

consumimos engordamos, y del mismo modo, cuando consumimos más energía

de la ingerida, adelgazamos. Por otro lado cuando se ingiere y se consume la

misma cantidad de energía, se consigue una estabilidad. La clave de este balance

energético viene dada, como ya adelantábamos, por la combinación de una

correcta alimentación y actividad física regular, adecuada y estructurada.

Centrándonos en la importancia de la actividad física para la prevención, pérdida y

mantenimiento de peso de la población adulta, cabe destacar su contribución en el

aumento del gasto energético total, haciendo que este sea mayor tras la pérdida

de peso mediante la prescripción de ejercicio físico adecuado que tan solo con el

control de la dieta. Asimismo, contribuye a que esta pérdida provenga

principalmente de la masa grasa. Además de lo comentado hasta el momento,

teniendo en cuenta las indicaciones de la SEEDO (2007) los beneficios de la

realización de actividad física en personas con obesidad y sobrepeso serían, entre

otros: la mejora del perfil lipídico, la sensibilidad a la insulina y la presión arterial, la

prevención de enfermedades cardiovasculares, el mantenimiento densidad ósea,

la reducción del depósito de masa abdominal, el aumento de la capacidad

respiratoria, etc., así como otros a nivel psicológico (mejora de la autoestima,

ansiedad, etc.).

Por último, para que la prescripción de la actividad física se realice de manera

coherente y eficaz deben tenerse en cuenta una serie de recomendaciones

específicas para esta población: tipo de actividad, duración, intensidad,

progresión, etc., que serán aclaradas más adelante en un blog posterior. En estos

casos, no es suficiente con las directrices generales para la modificación de

hábitos sedentarios de adultos sanos, en las que se aconseja un mínimo de 30

minutos diarios de actividad física de moderada intensidad, ya que también

deben ser tenidas en cuenta otras consideraciones y posibles problemas

añadidos. Si bien es cierto que lo primordial es la consecución de un cambio

progresivo de hábitos saludables que parte de cuestiones tan sencillas como:

 Pasear más y no coger el coche continuamente

 Subir por las escaleras en lugar de por el ascensor

 No pasar el tiempo libre en el sofá frente a la televisión

De este modo, es posible ir incrementando de manera progresiva la actividad

física diaria hasta modificar estos hábitos básicos en la forma de vida a largo plazo

e incorporarlos de manera permanente.

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